miércoles, 4 de septiembre de 2013

Irreversibilidad

Hola sufridos y a menudo, olvidados lectores.

No sé cuán a menudo os encontrais con esta palabra. Yo no mucho, gracias a Dios, pero la verdad es que es una cabrona de mucho cuidado. Me encontré con ella el día que tuve mi primer hijo. Luego el segundo. Con una mujer que ya no es la mía, pero claro, es la madre de mis dos hijos. Irreversible.
Al poco de tener el segundo hijo, falleció mi madre. Y ahí estaba ella, la irreversibilidad haciendo gala de su total y absoluta inflexibilidad. Dos años y unos pocos meses más tarde, fue mi padre el que se fué. Claro, era irreversible.

Muy bien. Ya estamos en el punto aquel de ¿qué cojones le pasa a este tío? Es fácil: lo que a todos. Hay días claros y días oscuros. Hoy es un día oscuro.

La irreversibilidad tiene dos facetas. Se presenta en las cosas sobre las que un día tuviste control y sobre aquellas que nunca lo tuviste. Las segundas son de lógica (que no fácil) resignación. A fin de cuentas, nunca estuvo en tu mano. Eres un juguete en manos de leyes que no entiendes y no controlaras jamás. Punto. Ajo y agua y a seguir adelante. Odio esa irreversibilidad porque te enseña con excesiva claridad que a fin de cuentas, eres un diminuto ser, anecdóticamente consciente de si mismo y con una caducidad inapelable.

Pero puestos a odiar, que maravillosa candidata es la irreversiblidad de tus propias acciones. Aquella que te recuerda, cada día, los pasos que hiciste mal y que ya no puedes, ni podrás, modificar jamás. Es sibilina, es sutil, aparece sin avisar y se mete en tu vida cuando tu estás viendo la tele.

No. No os equivoqueis. No toda irreversibilidad es nefasta. Mis hijos son lo mejor que jamás me habrá pasado. Este hecho irreversible es claramente algo positivo, aunque duela a veces. Está bien.

El resto de irreversibilidades... ¿el resto? bien... Eran prescindibles. Pero ahí están. podré minimizar su impacto, podré maquillar su influencia pero jamás, jamás, las podré anular.

Mil gracias irreversibilidades cabronas. Mi vida sería mejor sin vosotras, pero supongo que vosotras, no podeis existir sin mí. Es una simbiosis absurda. Pero simbiosis a fin de cuentas. Y supongo que en cierto modo, ellas me definen. Me hacen como soy, me hacen quien soy. Pues vaya. Menudo regalo. Lo mejor es que con la edad, esto no hace más que mejorar. Que ilusión.

Bueno, lo voy a dejar aquí. Entiendo que la madurez, entre otras cosas, consiste en asumir lo irreversible de tus acciones cuando éstas lo son. Así que voy a dejar de quejarme y dedicarme a lo mío: asumir.

A sumirme en un sueño. El sueño de mi vida. Donde lo irreversible solo es para bien.

Soñar es gratis. Hacedlo.