miércoles, 10 de abril de 2013

La caja de Pandora

Según los griegos, la caja en cuestión (que más bien debía de ser una ánfora) contenía todos los males del mundo y así, la pobre caja tenía una injusta fama que la tradición popular ha cambiado a algo más parecido a que "si abres la caja de Pandora, se va a habé un foshong"

Pues bien: todos tenemos una. La caja de los sueños. De los deseos más ocultos. Todo pinta bonito pero es la caja que solo contiene esas cosas que sabes que pueden transformar tu pequeño, estable y seguro mundo. Por eso, se asimila a la funesta caja de Pandora. Pero la pobre, no es eso. Es la caja que nos da la vida.

Abrirla entraña riesgos. Sabes que cuando lo hagas, no hay marcha atrás.
Si abres la caja de Pandora, estás obligado a ponerlo todo. Pasas a ser propiedad del contenido que guardabas en ella. Y al ser la caja de tu propiedad, el círculo queda cerrado.

A veces pienso que la caja de Pandora se abre cuando verbalizas algo. Puedes tener un deseo, puedes querer algo con todas tus fuerzas. No pasa nada hasta que lo verbalizas. Ser consciente de ello, ha hecho de mi una persona que se calla mucho lo que quiere, pero aún y así, a veces, la caja se agita, hace ruidos, te despierta en mitad de la noche y te susurra a gritos: "abre"

Entonces, intentas echar mano de todo tu pragmatismo. Empiezas a poner en marcha toda la maquinaria de la fría lógica, la cual, como no, cuando el deseo es real y auténtico, acaba rendida también al contenido de la caja. Como decía un grupo en una canción pachanguera más que célebre: "No estamos locos, sabemos lo que queremos". Solo que a veces nos lo negamos y así nos va. Nos estancamos. Nada hace avanzar más a una persona que sus propios deseos. No tenerlos es morir en vida. Igual me he pasado. Dejémoslo en, como mínimo, perder mucho de ella.

Sin armas, sin excusas, sólo queda el valor. El valor que hará que finalmente venzas el miedo que sientes al poner tu mano sobre la caja. A estas alturas, ya sabes lo que hay dentro. Da miedo de pensarlo, la verdad, pero tu mano está sobre la caja.

Te paras. Piensas. Sabes que si abres la caja, la vorágine se hará presente. Te arrastrará, te conducirá, activará todos tus recursos. Es espectacular ser consciente de cómo, todo tu ser, todas tus neuronas, se ponen a trabajar en la dirección de ese deseo que guardabas oculto en tu caja. Espectacular.

No en vano, sabes, que te la juegas. Y has decidido hacerlo, así que mejor, le dedicas todos los recursos. Todos. Uno no abre la caja para airear su contenido. No es un juego, no es un capricho. Es la puta caja de Pandora.

Tengo la mano sobre la caja, pero no estoy mirando. Es igual, la suerte está echada. Miro y de golpe me doy cuenta...  la caja ya está abierta. Jodo...




Pues nada, oye... al lío...

jueves, 4 de abril de 2013

Para una musa

No quisiera volver a cometer el mismo error. No quisiera volver a caer, una vez más, en el momento aquel, en que las ansias de hacer feliz a alguien anulan los siempre útiles registros de la empatía. Es mi cruz, es mi sino y es mi derrota. Y a ella me entrego sin pensar en las consecuencias porque en el fondo, mi yo egoista así lo quiere. Toda precaución es demasiada y toda temeridad es poca. Necesito saber que sonries. Por eso, hoy, quisiera despertarte con un beso. Y si en este beso, tus ojos cerrados pueden ver la luz que mis palabras en vano pretenden ocultar, entonces, habrá merecido la pena. Porque siento que hoy, lo necesitas. Porque siento que hoy, a mi, me hace falta. Buenos días.